Bajo el impulso de la familia Girard-Perregaux, la manufactura extendió su prestigio más allá del viejo continente y fue una de las primeras en introducir el reloj suizo en América.
Adicionalmente a la fama conseguida por su tourbillon bajo tres puentes de oro, Constant Girard se hace célebre por la extraordinaria calidad que presentan sus relojes cronómetros. Entre ellos, un cronómetro de bolsillo equipado con tourbillon obtiene durante diecisiete años consecutivos el récord de precisión atribuido por el Observatorio de Neuchâtel. Además, entre 1851 y 1889, recibe al menos trece medallas de oro y diplomas en las exposiciones internacionales de Europa y América.
Pero a pesar de su verdadera pasión por la precisión de sus calibres, Girard no desatiende a los amantes de las complicaciones relojeras y fabrica guardatiempos de repetición, autómatas o relojes de doble esfera con indicación de las fases lunares.
Su gran sentido de la innovación le llevó a convertirse en el primer relojero del mundo en fabricar relojes de pulsera en serie. Podríamos situar el nacimiento del reloj moderno, el antepasado del que actualmente llevamos en nuestras muñecas, en el año 1880 y en las instalaciones de Girard-Perregaux, como resultado de un pedido realizado por el emperador Guillermo I de Alemania durante la celebración de la Feria Internacional de Berlín un año antes.
El emperador quería equipar a sus oficiales de marina con un reloj que fuera fácil de consultar y para lo cual no fuera necesario extraerlo de ningún bolsillo o realizar acción alguna que ralentizara su legibilidad. Es decir, requería un reloj que se llevara en la muñeca asido con una pulsera de piel. Puesto que las actividades militares suponían un riesgo implícito a los golpes y a la consecuente de rotura del cristal del reloj, se pensó en situar por encima del dial una rejilla metálica. El prototipo realizado por la manufactura satisfizo al comandatario y se fabricaron dos mil ejemplares.
Aprovechando el éxito obtenido, Constant Girard intentó imponer el modelo en diferentes mercados, en particular en Estados Unidos. Pero por aquel entonces hubo un problema insalvable: el invento llegaba demasiado pronto. El gran público potencial comprador de los relojes todavía los consideraba objetos frágiles y que debían ser protegidos a toda costa contra los eventuales golpes que pudieran sufrir. Preocupaciones adicionales eran las que suponían protegerlos también contra el polvo y la humedad. Habría que esperar todavía 40 años a que el reloj de pulsera se impusiera definitivamente al reloj de bolsillo.
Lo cierto es que, en el momento en que la manufactura recibió el encargo de Guillermo I,
hacía ya más de veinte años que disfrutaba de una gran notoriedad a nivel internacional por varios motivos. Si uno de los más importantes era el debido a la calidad de sus productos, no fue menos determinante el hecho de que Constant Girard poseía un gran sentido comercial, hecho que le llevó a abordar e invertir en mercados que otros hubieran podido considerar como difíciles. Sin lugar a dudas la determinación de Girard fue la base de su éxito en esta aventura. Actualmente, Constant Girard, es conocido como el hombre que permitió que los relojeros suizos se asentaran en el continente americano y, posteriormente, impusieran nuevos criterios de calidad a un público hasta entonces rendido a los relojes británicos.
La estrategia que siguió Girard para conseguir su propósito fue realmente astuta y, en cierto modo, diabólica. La táctica pasaba por infiltrarse en el territorio enemigo, es decir, Londres, y consistía en hacer transitar sus creaciones por esta ciudad para que los americanos los consideraran como productos ingleses. Con este objetivo abrió un establecimiento en Londres cuya única finalidad era recibir de La-Chaux-de-Fonds relojes con la firma “Othenin Girard, London”, y reexpedirlos al otro lado del Atlántico. La argucia era, sencillamente, excelente, y no tardó en ser emulada por otros relojeros suizos. Que la práctica se extendiera originó, al mismo tiempo, que fuera descubierta. Pero entonces ya no importaba que se conociera lo que realmente estaba sucediendo. Los americanos ya reconocían la calidad suiza y, por lo tanto, el tránsito londinense ya no era necesario.
América se convirtió rápidamente en el principal mercado de Girard-Perregaux y, en octubre de 1865, Henri Perregaux, cuñado de Constant Girard, embarcó hacia Argentina en compañía de su esposa para establecerse en Buenos Aires y representar allí a la firma en los distintos estados del norte y del sur de América. A partir de 1872, esta representación se extendió a las Antillas. A Henri Perregaux le sucedieron dos de los hijos de Constant Girard, Henri y Numa.
En la misma época Girard-Perregaux extendió su presencia hasta Asia de manera notable. Otro de los cuñados de Girard, François Perregaux (1834-1877), fue uno de los pioneros de la relojería suiza en Japón. En 1859 se embarcó hacia Asia enviado por la Unión Relojera para la fundación de las sucursales de exportación. A partir de 1860 fijó su residencia en Yokohama, convirtiéndose así en el primer empresario relojero suizo del país del Sol Naciente. Allí fundó, en 1865, la empresa F. Perregaux & Co. Figuraba entre las personas más influyentes de la comunidad francófona de Japón y era uno de los residentes más antiguos. Fue agente oficial de Girard-Perregaux hasta su muerte en 1877.
De los Girard a los Graef.
En los albores del siglo XX, Girard-Perregaux gozaba de un esplendor indiscutible. Su supremacía en las exposiciones internacionales fue tal que se decidió considerarla fuera del concurso y fue elegida miembro del jurado permanente en las exposiciones de relojes internacionales en reconocimiento a su constante búsqueda de la precisión. El propio conde Ferdinand von Zeppelin midió sus pruebas aeronáuticas con relojes Girard-Perregaux. A la muerte de Constant Girard-Perregaux, el 18 de junio de 1903, su hijo Constant Girard-Gallet (1856-1945) le sucede al frente de la manufactura e intenta continuar con la labor de su padre, con el que estaba asociado desde 1882. Por aquel entonces cuenta con cuarenta y siete años y siente una pasión sin límites … por las aves.
No obstante y aunque su verdadera afición nada tiene que ver con la relojería, dedicó sus
esfuerzos al desarrollo de la empresa y, en 1906 adquiere la famosa Maison Bautte y la fusionó con Girard-Perregaux et Cie. Así fue como dos ilustres nombres de la relojería suiza se unieron definitivamente.
Pero este compromiso adquirido por herencia no es suficiente y la empresa se aletarga durante algunos años, hecho que se ve agravado por el duro golpe de la Primera Guerra Mundial y la nueva, y fuerte, competencia que supone el nuevo mercado del automóvil a la Alta Relojería. En 1928 Constant Girard-Gallet se retira de una empresa que está reducida a la mínima expresión, falta de recursos y con el único legado que supone una marca de alto prestigio.
Es en el año 1928 cuando Otto Graef (1862-1948), relojero de origen alemán instalado en La Chaux-de-Fonds desde la edad de 20 años y propietario, desde hace 10, de la Marca MIMO (Manufacture Internationale de Montres Or), de manera conjunta con sus tres hijos, Willy, Paul y Jean, adquieren la firma Girard-Perregaux junto con algunos pocos archivos.
Desde el momento de la adquisición relanzan la firma en los Estados Unidos, donde la relevancia de la marca sigue intacta, proponiendo modelos que, en otros países, se acostumbran a comercializar con el nombre de MIMO. De esta época datan algunos relojes verdaderamente innovadores del momento, como el Mimorex Bicara para señora que incorporaba un dial analógico por un lado para su uso nocturno en fiestas y eventos, y una indicación numérica por ventanilla en el otro para las actividades deportivas. Otro de los relojes revolucionarios del momento fue el “Mimo Loga” que servía al mismo tiempo de calculadora. También la firma empieza a fabricar una serie de cronógrafos de pulsera para celebrar cada uno de los años olímpicos. Su nombre, efectivo aunque ciertamente poco original, “Olímpico”.
En 1930, las ventas de relojes de pulsera superaban por primera en número a las de relojes de bolsillo, cincuenta años después de que Constant Girard-Perregaux se anticipase a esta forma de llevar la hora.
En los años 40 Girard-Perregaux continuó creciendo tanto en Europa como en el continente americano, en particular con el modelo hermético Sea Hawk, mientras que MIMO se extendió principalmente por los mercados europeos. 1945 es el año en el que ve la luz cierto modelo rectangular de inspiración Art Déco. Esta famosa caja se recuperó cincuenta años más tarde para constituir una de las colecciones que actualmente esgrime Girard-Perregaux en su catálogo: la Vintage 1945.
Por todos estos motivos, Girard-Perregaux recupera su dinamismo y su prosperidad: en
1948 y con el objetivo de responder al desarrollo que experimenta la firma, los Graef emprenden la construcción de una nueva sede en La Chaux-de-Fonds, en el número 1 de la Place Girardet y en la cual coexisten manufactura y oficinas. Actualmente, este edificio varias veces renovado desde la época, sigue siendo el corazón de Girard-Perregaux.
La tercera generación de los Graef entra en escena a principios de los años cincuenta, con Charles-Édouard Virchaux, yerno de Willy, y Jean-Édouard Friedrich, yerno de Paul. En ellos se combinan una serie de excelentes aptitudes que conducirán a que Girard-Perregaux recupere todo su esplendor. El primero, Virchaux, posee una excelente formación relojera, mientras que el segundo, Friedrich, oficial en el ejército suizo y miembro activo del Comité Internacional de la Cruz Roja, tiene un gran sentido de la organización y de las relaciones humanas. MIMO desaparece eclipsada por el renacer de Girard-Perregaux y la firma refuerza considerablemente su presencia en Estados Unidos y Hong Kong. La época marcada por estos dos personajes, que dura algo menos de treinta años, destaca por ciertos progresos tecnológicos excepcionales y, además, por aquello que sigue siendo quizá el más valioso de sus legados a la firma: una determinante voluntad de independencia.