En el mundo de la relojería donde la tradición es un activo importante, es habitual que las firmas recurran a su legado histórico para demostrar su savoir faire y legitimar así su capacidad relojera. Esa historia es la que ha moldeado el ADN de las marcas, definiendo sus valores, carácter y personalidad, revelándose además como su principal fuente de inspiración. Sin duda alguna, una de las marcas que mejor representan el amor y admiración por sus orígenes es la Chronométrie Ferdinand Berthoud.
Cierto, estamos hablando de una firma relanzada hace sólo seis años, pero eso en ningún caso nos impide reconocer el impresionante trabajo realizado por recuperar el patrimonio que dejó el relojero Ferdinand Berthoud (1727-1807), un excepcional legado hasta hace poco desconocido para la inmensa mayoría de los aficionados a la relojería. Y no únicamente hablo de la extraordinaria calidad de las creaciones de la firma recuperada por Karl-Friedrich Scheufele en 2012, sino de su pasión por recopilar su trabajo de hace más de 200 años y mostrarlo en el Luceum que Chopard tiene en su manufactura de Fleurier.
Es por ello que el descubrimiento, adquisición y posterior restauración del reloj de longitud nº XXX (1787) merece ser destacada. Con el número de lote 132, la pieza fue subastada en Nueva York por Sotheby’s (mayo del 2018) y adquirida por Chopard al ofrecer 68.750 $ (casi 59.000 €) y duplicar con creces la estimación de entre 20.000 y 30.000 $.
El cronómetro marino nº XXX es el único cronómetro marino de Ferdinand Berthoud que conserva su caja original, que también ha debido ser restaurada en profundidad por el atelier Robert Brossy. Después de un trabajo de seis meses, el relojero restaurador Dominique Mouret (Mouret pendulier Sàrl) hizo entrega del reloj a Karl-Friedrich Scheufele.
Os emplazo a disfrutar de este vídeo que muestra el proceso de restauración para recuperado una apariencia similar a la que tenía en 1787:
Ferdinand Berthoud dedicó la mayor parte de su vida a la búsqueda de la precisión cronométrica mediante la creación de relojes de navegación marítima, una histórica labor que alternó con su gran pasión vocacional: la investigación y la transmisión de sus conocimientos a través de publicaciones y de la enseñanza. En 1787, Ferdinand Berthoud, entonces relojero real y de la armada bajo el reinado de Luis XVI, completó la construcción en París de un nuevo reloj de longitud, el nº XXX, indicando las horas, minutos y segundos en tres esferas separadas.
El 11 de septiembre entregó el modelo al Marqués de Chabert (1727-1805), oficial y director del depósito de mapas de la armada francesa, quien lo confió al segundo teniente Jean-Louis Delmotte (1752-1816). Este último lo tomó a bordo para cruzar a las Américas.
A continuación, el reloj fue entregado a Auguste de Choiseul-Gouffier el 31 de octubre de 1790. Este diplomático francés hizo varios viajes al mar Egeo y publicó una obra en tres volúmenes, Voyage pittoresque de la Grece, que fue un gran éxito. En el momento en que recibió el reloj de longitud, Choiseul-Gouffier era embajador en Constantinopla, un cargo que ocupó de 1784 a 1791. Durante la revolución francesa emigró a Rusia en 1792, donde fue nombrado director de la Academia de las Artes y las Bibliotecas Imperiales. No regresó a Francia hasta 1802.
Este tipo de reloj, más conocido como «cronómetro marino», era literalmente un «cronometrador», ya que mantenía un registro preciso de la hora en el puerto de embarque durante todo el viaje, a pesar de las variaciones de temperatura, humedad y el balanceo del barco mientras navegaba por alta mar. Mediante observaciones astronómicas, permitió al oficial del barco determinar la posición este-oeste del barco, es decir, su longitud, y mantener el rumbo. La precisión de estos instrumentos de medición era de suma importancia para los navegadores, ya que un minuto representaba 14,903 millas náuticas (27,60 km) de desviación de la ruta planificada. La búsqueda de precisión fue la obsesión de Ferdinand Berthoud a lo largo de su vida, cuyo trabajo continúa hoy desempeñando un papel fundamental en el desarrollo de los cronómetros fabricados por la Chronométrie Ferdinand Berthoud.
Pacientemente, Karl-Friedrich Scheufele ha ido recopilando una notable colección de libros de relojería y obras maestras de Ferdinand Berthoud que ahora se exhiben en el Luceum de Fleurier. Esta colección es la principal fuente de inspiración para la Chronométrie Ferdinand Berthoud. La conservación y restauración de estos testigos del pasado es objeto de una atención constante y meticulosa. Restaurar objetos sin privarlos de la pátina única que le confiere el tiempo, implica recurrir a los servicios de restauradores especializados que dominan las técnicas ancestrales. Un trabajo largo y exigente, precedido por una investigación histórica en profundidad, es esencial para preservar una herencia que atestigüe el genio de un relojero de la era de la ilustración.