Este último domingo de marzo los europeos cambiaremos la hora: a las dos de esta madrugada avanzaremos una hora las manecillas de nuestros relojes para entrar en el llamado horario de verano. De forma inversa, el último domingo de octubre retrasaremos una hora para volver al llamado horario de invierno, que no es otro que el horario estándar. La modificación horaria se aplica en todos los países de la Unión Europea (UE) con la intención de ajustar la jornada laboral a las horas de luz natural. A nivel mundial, el 40% de los países adoptan hoy el horario de verano para aprovechar mejor la luz del día y ahorrar energía.
El horario de verano, que es válido durante siete meses del año, es una desviación de las zonas horarias estándar que se definieron por primera vez en 1884. Desde entonces, estas zonas horarias han formado la base del transporte de larga distancia en muchos países. Después de su introducción, la hora local ya no era una realidad básica que dependía de la posición del sol, convirtiéndose en una convención práctica que, por supuesto, estaba sujeta a modificaciones.
Si bien Alemania y Austria fueron los primeros países en utilizar el horario de verano en 1916, es un hecho poco conocido que unos pocos cientos de canadienses vencieron al Imperio alemán por ocho años. El 1 de julio de 1908, los residentes de Port Arthur (Ontario), hoy Thunder Bay, adelantaron sus relojes una hora para comenzar el primer período de horario de verano del mundo.
En 1895, George Hudson presentó un documento a la Sociedad Filosófica de Wellington (Nueva Zelanda), proponiendo un cambio de 2 horas en octubre y otro de 2 horas en marzo. Hubo interés en la idea, pero nunca se llevó a cabo. Diez años más tarde, en 1905, el constructor británico William Willett sugirió adelantar los relojes 20 minutos cada domingo de abril, y atrasarlos la misma cantidad de minutos cada domingo de septiembre, lo que implicaba un total de ocho cambios horarios por año.
El plan de ahorro de luz solar de Willett llamó la atención del miembro del parlamento británico Robert Pearce, quien presentó un proyecto de ley a la Cámara de los Comunes en febrero de 1908. El primer proyecto de ley de ahorro de energía solar fue redactado en 1909, presentado al Parlamento varias veces y examinado por un comité selecto. Sin embargo, muchos se opusieron a la idea, especialmente los agricultores, por lo que el proyecto de ley nunca se convirtió en ley. Willett murió en 1915, un año antes de que el Reino Unido comenzara a usar el horario de verano en mayo de 1916.
Los relojes en el Imperio alemán, y su aliado Austria, se adelantaron una hora el 30 de abril de 1916, dos años después de la Primera Guerra Mundial. La razón fundamental era minimizar el uso de iluminación artificial para ahorrar combustible para el esfuerzo de guerra. En pocas semanas muchos países siguieron su ejemplo: Reino Unido, Francia, Italia, Rusia e incluso Australia entre otros (Estados Unidos se subió al carro en 1918).
Sin embargo, el entusiasmo inicial fue de corta duración en la mayoría de ellos. Alemania dejó de usar el horario de verano en 1919 y Austria en 1921, mientras que el Reino Unido, Irlanda y ciudades como París continuaron con el cambio. Los franceses tenían sentimientos encontrados sobre el horario de verano: a la población rural no le gustaba, por lo que se deshicieron de él en 1920, pero la capital y otras ciudades lo mantuvieron. En 1923, el gabinete francés decidió que no habría cambios de horario, pero las horas de trabajo comenzarían y terminarían 30 minutos antes entre el 28 de abril y el 3 de noviembre.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la práctica de cambiar los relojes volvió a extenderse desde Alemania a muchos países europeos. De hecho, los alemanes impusieron la medida a muchos de los países que ocuparon, como Dinamarca y Polonia.
Una vez finalizada, en algunos países el horario de verano todavía siguió utilizándose, una medida enfocada a reservar combustible para los programas nacionales de recuperación y reconstrucción. El Reino Unido incluso implementó el horario de verano doble británico, dos horas por delante del horario estándar, tanto durante como después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, muchos países europeos lo abandonaron, ya que se convirtió en un recordatorio de la misma guerra. Italia, Francia y muchos otros países revocaron el horario de verano tan pronto como limpiaron los escombros de la ocupación alemana.
Fue otra crisis mundial la que condujo a la reintroducción del horario de verano en la mayoría de los países europeos. Cuando la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OAPEC) impuso un embargo de petróleo en octubre de 1973, los precios de la energía se dispararon, causando una recesión en todo el continente, una situación que requería medidas drásticas. Francia fue el primer país europeo en revivir el horario de verano en 1976. A fines de la década de 1970, la mayor parte de Europa volvía a cambiar sus relojes dos veces al año.
En 1996, la Unión Europea (UE) estandarizó el horario de verano. Según la directiva que sigue vigente en la actualidad, los países del Espacio Económico Europeo (excepto Islandia) inician el horario de verano durante la madrugada del último domingo de marzo y vuelven a la hora estándar el último domingo de octubre. Aunque no es parte de la EEE, Suiza sigue el mismo calendario.
Uno de los argumentos que avalan el cambio al horario de verano son los datos que aporta el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), que estima que el ahorro energético potencial es de un 5% solo en España. Este porcentaje representa, aproximadamente, unos 300 millones de euros. De esta cantidad, 90 millones corresponderían al consumo doméstico (unos 6 euros por hogar), y el resto, a la industria o a la iluminación de edificios de servicios. Además de ese teórico ahorro, disponer de más luz por la tarde suele beneficiar a los negocios de ocio como la restauración, ya que la gente tiende a alargar los paseos y a regresar a casa más tarde.
Algunos cronobiólogos nos advierten que cambiar el tiempo que muestran nuestros relojes causa confusión en el equilibrio energético del cuerpo humano. Están convencidos de que los relojes circadianos de nuestros cuerpos nunca se ajustan por completo al cambio de las horas del día. Entonces, mientras más luz de la mañana ayuda a impulsar nuestros cuerpos, la luz adicional de la tarde conduce a un retraso. Una anécdota sobre ello es que, durante un tiempo, Suiza estaba preocupada por el biorritmo, pero no por el de sus ciudadanos, sino por el de sus vacas: la modificación del horario para ordeñar (se les extrae la leche cada 12 horas) provocaba pérdidas en el total de litros obtenidos al final del día, por lo que para optimizar la producción, Suiza dejó de cambiar temporalmente entre el verano y el invierno. Sin embargo, su desvelo por las vacas pronto fue superada por su preocupación de que, en una Europa sincronizada, Suiza pudiera quedar aislada. Como resultado, reintrodujeron el cambio de horario.
El horario de trabajo y escuelas sigue siendo el mismo aun habiendo dormido una hora menos, lo que provoca efectos molestos en forma de insomnio, fatiga, somnolencia, irritabilidad, migrañas o mareos, sobre todo en niños y ancianos, que este año pueden verse agravados por el confinamiento.
También hemos de tener en cuenta la ubicación de los diferentes países; cuanto más lejos del ecuador, más drásticas serán las estaciones y, por tanto, la pérdida de horas de luz sea más pronunciada. Esto se debe a que la Tierra está inclinada sobre su eje con respecto al sol. En las zonas medias del planeta, la cantidad de sol es casi la misma durante todo el año. Como resultado, las estaciones son más suaves y hay menos necesidad de hacer ajustes para maximizar la luz del día.
El mapa siguiente muestran los países (en azul) en que se aplica el cambio horario. Además de los europeos, en el hemisferio norte también aplican esta política países de América del Norte (Estados Unidos, Canadá, México, Groenlandia) y del Medio Oriente (Israel, Siria, Jordania, Irán). En el hemisferio sur, el cambio de hora se restringe a algunos países de Oceanía (Australia y Nueva Zelanda) y de América del Sur (Chile y Paraguay), donde no es una práctica habitual. Como vemos, la mitad del planeta no está sincronizada con la otra:
El horario de verano podría ser algo del pasado en Europa. El 26 de marzo de 2019, el Parlamento Europeo votó a favor de respaldar el proyecto de directiva del Comité de la UE para detener el cambio de reloj de una hora en la Unión Europea. El proyecto de ley fue aprobado con 410 a favor, 192 en contra y 51 abstenciones. La propuesta es otro paso formal hacia la eliminación permanente del horario de verano en la UE y formará la base de las discusiones entre los ministros de la UE para producir una ley final que derogue la Directiva 2000/84/CE, la legislación vigente sobre horario de verano de la UE.
Pero el cambio de hora de este marzo no será el último: el Parlamento Europeo propuso después que el último año con cambio de hora sea el 2021 (algo que también está por ver). La voluntad de los eurodiputados es que los países que se queden con el horario de verano hagan el último cambio en marzo de ese año, y los que opten por el de invierno, en octubre.
Hasta ahora, ninguno de los países de la UE ha dado su respuesta oficial al Parlamento Europeo, aunque los opositores están preocupados de que la directiva pueda conducir a un mosaico de zonas horarias en toda Europa. Esto podría causar una fragmentación del mercado europeo que desestabilizaría a la unión en un momento en que ya está plagado de preguntas sobre la integridad de su mercado único.
¿Por qué opción se decantará España?
No está nada claro. El comité de expertos nombrado por el Gobierno para decidir si España se queda con el horario de invierno o con el de verano no se pone de acuerdo sobre qué es lo mejor. Por ello, el Ejecutivo ha abierto un periodo de reflexión hasta el 2021, el año acordado por las autoridades europeas para resolver el tema.
¿Los españoles preferimos recuperar o no el horario que nos corresponde de manera natural?. Ese sería el mismo que tienen Portugal o Gran Bretaña, en lugar del centroeuropeo, adoptado en marzo de 1940. En aquellas fechas, el régimen franquista adelantó en 60 minutos el huso español, correspondiente con el meridiano de Greenwich, con objeto de evidenciar su alineamiento político con el eje germano-italiano.
Después del conflicto, el horario no se cambió por ser una cuestión de índole política que obedece a la necesidad de armonizar nuestros horarios respecto a los países con los que tenemos mayor actividad comercial, los de la UE. A ello hay que sumar que no existe en la opinión pública española un clamor por regresar al horario que nos corresponde porque la mayoría de las personas parecen disfrutar de disponer de esa hora extra de luz solar, destinada al ocio y el consumo, y en la que el ahorro energético pasa a un segundo plano.
Por contra, recuperar el huso original aportaría ventajas para nuestra salud como una mejor regulación de los horarios de sueño, comida y ‘prime time’ televisivo: los horarios actuales repercuten negativamente sobre nuestra productividad y calidad de vida. Veremos al final dónde nos quedamos, pero lo seguro es que el horario aún dará mucho que hablar.