Poco influimos en las decisiones de MCH, pero lo que es innegable es que somos el altavoz público de las quejas del sector, a las que debemos unir las dificultades que tenemos para desarrollar nuestro trabajo con normalidad. Ahora os explicamos con lo que debemos lidiar año tras año. Además de este punto que sufrimos específicamente los periodistas, debemos sumarle el que le sigue y afecta a todos los asistentes: la deficiente estructura logística y el abusivo encarecimiento de los precios.
En Baselworld se puede inscribir como prensa prácticamente cualquiera, basta con que envíes un artículo escrito en cualquier blog (sea de lo que sea) y ya estás admitido. Cada uno tiene que organizarse sus visitas y llega un momento que es prácticamente imposible cuadrarlas en la agenda. La consecuencia es que tienes que estar un día más de lo previsto para realizar las visitas que quieres. Salvo casos excepcionales, las “presentaciones” son un auténtico caos, en salas donde están mezclados prensa y compradores y donde los sufridos representantes de prensa de cada marca tiene que literalmente luchar para conseguir los relojes de otras mesas y poder mostrarlos.
El «club» de prensa de Baselworld está instalado en una especie de altillo de uno de los pabellones. Aproximadamente deben haber 20 taburetes y cuatro mesas para miles de «periodistas» acreditados. Obviamente sentarse es imposible. Acceder a uno de los seis o siete ordenadores también, ya que muchos de nuestro colegas orientales tienen la costumbre de ocuparlo el primer minuto y no dejarlo hasta el último aliento de la feria.
Es imposible cualquier comparación con la impecable organización del SIHH con los medios, otro mundo a todos los niveles. Traslados, alojamientos, organización, restauración, presentaciones, alojamiento, etc. Las firmas, aunque podrían mejorar en bastantes aspectos (unas más que otras), bastante hacen con atendernos lo mejor que pueden en medio del caos y la vorágine de asistentes.
El Grupo MCH y el consistorio de la ciudad han permitido el abuso de los hoteles, restauración y taxis, que en los días de feria multiplican sus precios sin tapujos a la vez que hacen oídos sordos a las críticas que reciben año tras año. La llegada de AirBnB supuso un alivio relativo, ya que, aunque permitió esponjar la situación, los propietarios también se sumaron al carro del abuso para exprimir la gallina de los huevos de oro.
El volumen de asistentes a Baselworld claramente supera la capacidad de la ciudad. Basilea no es un pueblo, pero tampoco es una gran ciudad como lo son Ginebra o Zurich. El parking oficial de la feria (única manera de aparcar el vehículo) está en el aeropuerto. De allí parte un transfer, que hay que reconocer que funciona bien, que te lleva a los pabellones.
La capacidad hotelera de Basilea está muy lejos de poder satisfacer la demanda. Aprovechándose de ello, aparte de la práctica imposibilidad de conseguir una habitación, los precios son un auténtico escándalo. Durante la feria se organizan una especie de barcazas en el río, que exigen una estancia mínima de una semana y cuyo coste llega a los 9.000 euros. Por ello, hay un volumen enorme de asistentes a la feria que recurren al alquiler de coche ante la imposibilidad de alojarse en la ciudad. Hay que buscar alojamiento en Alemania o en Francia, a una distancia mínima de 40 kilómetros que hay que recorrer cada día de ida y de vuelta.
Comer es misión prácticamente imposible y a precios de auténtico robo. En la plaza de la feria hay cuatro “restaurantes”, que obviamente no pueden atender ni al 1% de los asistentes. La solución es comer un bratwurst, de pie en medio de la plaza, cuyo coste con bebida es aproximadamente de 20 euros. Si hay mala suerte y el tiempo no es benigno, encima te congelas. Obviamente los asistentes, ya sea público o prensa, deben costearse todos los gastos: viaje, comida y alojamiento.
Después de unos exitosos años, en 2016 se empezó a sufrir una caída en la ventas, especialmente en el sudeste asiático, su principal mercado (Hong Kong, China y Singapur en 1ª, 3ª y 6ª posición respectivamente), que afectó severamente las ganancias de las compañías y obligó a las empresas a reducir costos.
La explosión de los relojes electrónicos e inteligentes también han supuesto una bofetada, afectando sobretodo al segmento de gama baja. Recordemos que fue en 2015 cuando se lanzó el Apple Watch, el rey de de los smartwatches, un segmento que en 2019 vendió 70 millones de relojes. Apple, con unas estimaciones que se acercarán a los 30 millones, habrá vendido en 2019 un 50% más de relojes que toda la exportación de la relojería suiza junta. De hecho, ya fue en el cuarto semestre del 2017 cuando el Apple Watch la superó por primera vez.
Otro factor es el alza del cambio del franco suizo a partir de enero de 2015, cuando el Banco Nacional de Suiza eliminó su paridad con el euro y supuso el brusco e inmediato aumento inmediato en el precio final.
Y por si fuera poco, la pandemia de la Covid-19 ha sido el acelerante que ha hecho explotar por los aires a Baselworld, precipitando los malos augurios que se cernían sobre la feria desde hacía tres años. El mundo de la relojería es de reacciones lentas; una muestra de ello es su «sosiego» en adaptarse a los nuevos tiempos basados en la digitalización, agilidad, versatilidad, proximidad con el cliente, márqueting online y comercio electrónico. Por eso ha sido tan sorprendente esta rápida sucesión de acontecimientos de acción-reacción, por lo que cabe presuponer que no ha sido decisiones tan precipitadas, sino que llevaban trabajándose desde hace tiempo.