Como la gran mayoría de vosotros sabéis, entre el 16 y 18 de junio se ha celebrado en Madrid la tercera edición del Salón Internacional de la Alta Relojería (SIAR). En su nueva ubicación en el Palacete de Fernando El Santo, una pieza ha destacado por encima de las demás: el excepcional FB1 de la Chronométrie Ferdinand Berthoud. Si en su momento ya fue una agradable e inesperada sorpresa el saber que Ferdinand Berthoud se unía a las firmas participantes, el hecho de pensar en poder tenerlo entre mis manos suponía uno de los mayores alicientes para asistir al Salón.
Como cada año, al finalizar el Salón se celebró la ceremonia de los premios SIAR, en los que se otorgó el galardón, en distintas categorías, a los mejores relojes expuestos en el certamen. Al igual que en la edición anterior, en Watch-Test tuvimos el privilegio de formar parte del jurado especializado, que ha decidido conceder al Chronométrie Ferdinand Berthoud FB1 el premio al mejor reloj. Justo y merecido ganador, por fin tuvimos el privilegio de tenerlo en nuestras manos, y poder confirmar así las expectativas creadas hace unos meses cuando escribí este artículo dedicado. Estamos ante una exquisita obra de arte mecánica, una de esas piezas excepcionales que aparecen de vez en cuando, y que, dejando de lado gustos estéticos, modas y preferencias personales, nos reconcilian con la esencia de la relojería.
Pero en este artículo no sólo vamos a felicitar a la Chronométrie Ferdinand Berthoud por este galardón, ni lo analizaremos de nuevo, sino que explicaremos el porqué he usado el verbo “retornar” en el título. Si os gusta la historia, aquí tenéis un pequeño pedazo de ella.
Cuando la historia se decidía en el mar…
Hemos de remontarnos a mediados del siglo XVIII, cuando reinaba Fernando VI, el tercer miembro español de la Casa de Borbón en España. Asumiendo que el comercio con las colonias debía ser una de sus prioridades, encargó a su primer ministro Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, la reorganización de la fuerza naval española, la Armada, para así poder competir con Francia e Inglaterra en la lucha para proteger su comercio marítimo y conquistar nuevos territorios. Para acometer esta modernización de la marina, incrementó el presupuesto y amplió la capacidad de los astilleros de Cádiz, Ferrol, Cartagena y La Habana, lo que supuso el punto de partida del poder naval español en el siglo XVIII.
El éxito del cuarto cronómetro marino de Harrison (H4) en la medición precisa de la longitud en el mar, seguido por el desarrollo y la producción de John Arnold y Thomas Earnshaw de cronómetros marinos en cantidades relativamente grandes, garantizaba una posición dominante de Inglaterra. Consciente de que la armada española comenzaba a estar anticuada, en 1748, el Marqués de la Ensenada encargó al científico, humanista e ingeniero naval Jorge Juan y Santacilia, viajar a Inglaterra como espía para conocer las nuevas técnicas navales inglesas. Su misión consistía en informar de los avances británicos en construcción naval e importarlos, contratando además a expertos de los astilleros del Támesis que quisieran hacer escuela en España. Sin embargo, a su vuelta informó al Marqués de la Ensenada su reticencia a comprar el cronómetro de Harrison y los riesgos que eso conlleva.
Anteriormente a todo ello, Jorge Juan forma parte en la famosa misión geodésica franco-español que permitió, en 1735, medir la curvatura y la circunferencia de la Tierra en el ecuador. A raíz de ello creció su aprecio por los científicos franceses, un hecho que fue decisivo para emitir un informe positivo a Ensenada del éxito del reloj Marine Ferdinand Berthoud n°8 durante las pruebas marítimas realizadas en 1768.
Entre 1774 a 1776, ya bajo el reinado de Carlos III, el gobierno español compró ocho relojes a Ferdinand Berthoud. El Nº. 7 y el Nº. 16 son los primeros cronómetros de precisión utilizados por la Armada Española, y desempeñarán un papel destacado en las misiones hidrográficos y cartográficos realizados por España en el último cuarto del siglo XVIII.
Por su parte, el matemático Vicente Tofiño de San Miguel emplea los cronómetros marinos N°. 10 y N°. 13 para compilar, entre 1783 y 1788, un registro detallado de las costas de España y África del Norte, publicado en Madrid en 1789 en su famoso «Atlas Marítimo de España”. Los mismo relojes Ferdinand Berthoud son utilizados por el famoso Alejandro Malaspina durante su segunda campaña de exploración del Pacífico entre 1789 y 1794, lo que le permite trazar los mapas de la costa oeste de América, Filipinas, nueva Zelanda y Australia.
Aprovechando esta relación comercial, Ferdinand Berthoud también se ofrece al gobierno para proporcionar formación a los relojeros españoles, no sólo para el mantenimiento y reparación de relojes marinos, sino también para transmitirles el arte de su construcción y los conocimientos para mejorarlos. De hecho, en 1788, la mayoría de los cronómetros Berthoud Armada deben ser devuelto a París para su reparación. Cayetano Sanchez, un joven estudiante de escuela de relojería de Madrid, recomendado por el conde de Floridablanca, es enviado al taller que Ferdinand Berthoud tiene en París para asistir a una completa formación. Una vez finalizado con éxito, vuelve a Madrid en 1793, donde recibe el encargado del mantenimiento de los cronómetros marinos en el Observatorio Real de la Armada de San Fernando, en Cádiz.
Ahora, 240 años después de la primera adquisición de relojes Ferdinand Berthoud por parte del gobierno, la firma retorna a España para alzarse con el premio más preciado del SIAR. ¡Felicidades!