Girard-Perregaux. Colección Haute Horlogerie (I).<br/>El tourbillon bajo tres puentes de oro.
Este mes de diciembre finalizamos con la serie de artículos que hemos dedicado a revisar las distintas colecciones que Girard-Perregaux tiene actualmente en su catálogo. Para todos aquellos que os hayáis incorporado recientemente a watch-test, y en el caso de que pueda resultar de vuestro interés, recordar que las anteriores colecciones sobre las que escribimos fueron, por orden cronológico, las siguientes: Vintage 1945, 1966 y, por último, la ww.tc sobre la que publicamos dos artículos, el primero dedicado a las horas mundiales y el segundo a la propia Colección ww.tc de la marca.
El plato fuerte de esta manufactura asentada en La Chaux-de-Fonds lo hemos reservado para el final. Es el momento de hablar de la Colección Haute Horlogerie y de algunos de los guardatiempos que la integran, aunque de manera previa a entrar directamente en materia, y a nivel personal, me gustaría comentar un apunte al respecto.
Son muchas las manufacturas que incorporan piezas de Alta Relojería en sus colecciones, piezas en las que sus niveles de acabados, complicaciones implementadas en sus movimientos, materiales utilizados en su fabricación y decorados de todos sus componentes, destacan respecto a los relojes de otras marcas … e incluso respecto de otros guardatiempos integrantes del resto de colecciones de la propia manufactura. Y es precisamente en este concepto donde deseo matizar la generosa filosofía de Girard-Perregaux.
Ciertamente puesto que de lo contrario no tendría sentido su existencia, las piezas que podemos encontrar en la Colección Haute Horlogerie de Girard-Perregaux destacan por algún valor añadido a los ofrecidos en sus guardatiempos de la colecciones que podríamos denominar como “regulares”, pero de ningún modo este hecho implica que las calidades de éstos últimos sean inferiores a los primeros.
De modo general son habituales los relojes de entrada a una determinada marca, es decir, piezas fabricadas por manufacturas de renombre con importantes guardatiempos en su colección, con precios más asequibles para todos aquellos que no pueden permitirse la adquisición de las piezas mayores. Esta disminución en el precio suele conllevar menores niveles de acabados o calidades que merman, inevitablemente, la categoría del reloj en cuestión.
Afortunadamente, algunas manufacturas entre las que se cuenta Girard-Perregaux, huyen de estas políticas y, sea cual sea la colección de la que se trate, los niveles de sus acabados son los mismos. Quizás la fidelidad a este principio tenga como consecuencia que los comentados guardatiempos de entrada a la marca tengan precios relativamente elevados o, incluso, que sencillamente éstos no existan. Por el contrario, el premio que se obtiene es el correspondiente a constituir una manufactura en la que absolutamente todas sus creaciones puedan ser consideradas como verdaderas piezas de Alta Relojería, obviamente, con los correspondientes matices existentes para cada una de ellas.
Hecho este apunte y dedicándonos al artículo que nos ocupa, irremediablemente y dada la habitual fecundidad de las colecciones de Girard-Perregaux, he considerado conveniente para evitar extenderme demasiado en un sólo artículo, más aún en este caso, dividirlo en dos partes.
Hablar de la Haute Horlogerie de Girard-Perregaux es hacerlo de uno de los iconos de la historia de la Alta Relojería: el tourbillon bajo tres puentes de oro. Sobre esta creación ya hablamos en el primero de los cinco capítulos de la serie que dedicamos a la historia de esta manufactura. En esta primera entrega de la Colección Haute Horlogerie aportaremos más datos sobre esta genial configuración y os mostraré algunos de los guardatiempos actuales que la implementan.
En la segunda entrega os hablaré del resto de piezas que Girard-Perregaux incluye en su Haute Horlogerie, de aquellas que albergan complicaciones distintas a la anterior.
Los orígenes del tourbillon.
París, 1 de febrero de 1798. El relojero suizo originario del cantón de Neuchâtel, Abraham Louis Breguet (1747-1823), solicita una patente por un invento al que describe como “un escape cuyo efecto es entregar una fuerza x de manera constante y uniforme en las máquinas que sirven para medir el tiempo”. A este invento, Breguet lo bautiza con el nombre de tourbillon.
Los relojeros ya habían observado desde hacía un tiempo que la regularidad del funcionamiento de un reloj mecánico estaba altamente influenciada por la posición vertical del mismo, hecho determinado por la fuerza de la gravedad terrestre como única fuerza existente dirigida hacia el centro de la Tierra.
El principio de funcionamiento del tourbillon era, y sigue siendo, ubicar el órgano de regulación del reloj (conjunto volante-espiral y escape) en el interior de una caja, o jaula, que gira sobre sí misma generalmente una vez por minuto. De este modo se obtiene una combinación de distintas posiciones verticales de manera que se compensan entre ellas, traduciéndose en un promedio de marcha muy regular consiguiendo una mayor precisión.
Simplificando, el tourbillon minimiza, o incluso puede llegar a anular, el efecto negativo de la atracción terrestre sobre el movimiento de un reloj. No obstante, la simplicidad de este mecanismo acaba justo en este punto ya que el tourbillon, adicionalmente a ser considerado como uno de los inventos más importantes de Breguet, constituye también la máxima expresión de conocimientos técnicos y destreza de aquellos relojeros capacitados para su manufactura. Sirva como ejemplo el propio tourbillon de Girard-Perregaux, el cual está integrado por un total de 72 componentes acabados a mano y que ocupan un diámetro total de tan sólo un centímetro con un peso de 0,3 gramos.
Durante el cuarto de siglo que sigue a la muerte de Breguet, el interés por el tourbillon fue disminuyendo. Gracias a los rápidos progresos que experimenta la relojería tradicional, pueden obtenerse de manera menos costosa resultados comparables en lo que a precisión se refiere.
No obstante, el tourbillon reaparece a mediados del siglo diecinueve obedeciendo a dos motivos principales: en primer lugar, la afición incipiente por las exposiciones internacionales o universales y sus concursos; en segundo lugar y por lo que respecta a los relojeros suizos, la creación de un Observatorio en Neuchâtel en el año 1858. Este período coincide, además, en la transformación de la relojería artesanal hacia la relojería industrial.
Los campesinos-relojeros de las regiones suizas se convierten en empresarios. Estas pequeñas y diversificadas empresas nacen, crecen y se multiplican, y la necesidad de obtener reconocimiento en el sector adquiere notable importancia: hay que ser mejores que los competidores en los concursos. Fue precisamente en este contexto en el que se recordó el invento de Breguet. Sin lugar a dudas, el tourbillon y su correcta manufactura permite destacar frente a los demás y adquirir ventaja competitiva.
Se considera que el mecanismo de tourbillon más antiguo de origen suizo data de antes de 1860. Se trata de un movimiento de remonte de cuerda por cadena y caracol al que una serie de relojeros independientes incorporaban tourbillones fabricados por ellos mismos. Posteriormente, la mayoría de los relojeros recurrirían a dos movimientos básicos más modernos para incorporar sus tourbillones. Aunque su estructura es similar, se distinguen ante todo por tener puentes diferentes.
Génesis del tourbillon bajo tres puentes de oro.
El propio Constant Girard (ver Historia de Girard-Perregaux I) utiliza unos de estos dos tipos de movimiento en un reloj que ganó la medalla de oro de la Exposición Universal de París en el año 1867. En este guardatiempos de bolsillo, Girard no se limitó a utilizar el movimiento de base e incorporar el mecanismo del tourbillon, sino que le añadió un segundero muerto, el cual requiere de la incorporación de un segundo barrilete, al igual que un escape de gatillo. Antes de que este reloj se presentara en París, se sometió a un examen cronológico por el Observatorio de Neuchâtel obteniendo unos notables resultados: un intervalo diario mayor en un lapso de tiempo de un mes estimado en 0,15 segundos, y un coeficiente térmico calculado en 0,0 segundos, es decir, no mensurable. Este reloj existe todavía, tratándose del único tourbillon conocido equipado con segundero muerto.
Cuando se examinan los movimientos de algunos relojes fabricados por Constant Girard entre 1860 y 1880, se observan las primicias de su obra maestra: el oro aparece como material funcional, se utilizan puentes con forma de flecha, comienza a distinguirse la peculiar estructura. En definitiva, se trata de una larga y paciente génesis hasta la definitiva aparición de los tres puentes, que en primer lugar fueron paralelos y no en oro, para posteriormente ser concebidos en oro y en forma de flecha.
El enfoque de Constant Girard en su configuración merece de cierto análisis. El tourbillon bajo tres puentes de oro es una síntesis de estética, técnica y, según algunas opiniones, con cierta carga simbólica.
Como ya hemos indicado, la mayoría de los fabricantes recurrían a movimientos básicos “estándar”, lo que podríamos considerar como “ébauches”, a los cuales incorporaban sus propios tourbillones. Por este motivo, la calidad del trabajo de cada uno de estos relojeros no podía apreciarse a simple vista sino que debía ser buscada en los pequeños detalles como la calidad de los acabados o la riqueza de las decoraciones.
Contrariamente, Girard se centró en los elementos no considerados por sus colegas de profesión: la estructura del movimiento y la forma de sus componentes. De este modo, y según el enfoque de Constant Girard, el movimiento deja de ser un componente exclusivamente técnico para formar parte de la estética del reloj, hasta el punto de convertirse en un elemento que permite distinguir el guardatiempos a simple vista, sin que para ello sea necesario descifrar la marca grabada en la esfera.
La patente del tourbillon bajo tres puentes de oro fue conseguida por Girard en marzo de 1884.
La simbología de los tres puentes.
¿Por qué paralelos y simétricos?. Desde Lépine (1720 – 1814) e incluso en nuestros días, un movimiento mecánico se integra, en principio, por una platina, un puente de barrilete, un puente para el tren de engranajes y un puente para el conjunto volante-espiral. De este modo, encontrar tres puentes en un calibre, parece ser bastante habitual. Lo que de ningún modo es tan usual es haberles otorgado la importancia que en este caso ostentan.
Es difícil evitar las especulaciones sobre el posible significado simbólico de esta configuración. Uno de los antiguos responsables de Girard-Perregaux abogó por una evocación a la Santísima Trinidad. Esta teoría es fácilmente defendible si se tiene en cuenta el fervor católico que predominaba en los mercados sudamericanos, principales clientes de la manufactura en aquella época. Contrariamente, este simbolismo se apartaría del carácter de Constant Girard, protestante y revolucionario.
Quizás el paso del tiempo resulte una interpretación más factible e interesante: la forma de las flechas, orientadas tanto a derecha como a izquierda … o lo que podría ser pasado y futuro. Todo nuestro sistema de cálculo del tiempo está basado en el número 3 y en sus múltiplos: 12, 24, 60, 3.600, etc. De hecho este sistema no decimal ya se utilizaba en Mesopotamia 3.000 años A.C. También tres son los momentos clave de la trayectoria del Sol usados para observar el paso del tiempo: amanecer, cenit y ocaso.
Sea como fuere, tampoco se debería desestimar el enfoque habitual que Girard confería a sus creaciones y su deseo de someterlos a la crítica del público en general y de los especialistas.
La cronología en lo que respecta a este renacer del tourbillon es también interesante. A
partir de 1865, Girard-Perregaux pasa por las pruebas del Observatorio de Neuchâtel un total de 57 tourbillones, 24 de ellos con la configuración de los tres puentes. Cuatro de estas piezas fueron premiadas en otras tantas Exposiciones Universales, él último en 1911.
Así pues, los tourbillones siguen fabricándose al menos ocho años después de la muerte de Constant Girard.
En lo que respecta a otras marcas de prestigio, no presentarán sus mecanismos de tourbillon hasta mucho más tarde, de manera predominante entre 1913 y 1962.
Por último, otro de los elementos importantes y distintivo a considerar en los guardatiempos con tourbillon, es la jaula en la que éste se aloja. Sin lugar a dudas constituía una autentica firma del relojero responsable de su fabricación. Generalmente y en la mayoría de los casos, las personas dedicadas a la fabricación de las jaulas no trabajaban con carácter exclusivo para una marca, sino que lo hacían por encargo de aquellas que pudieran estar interesadas en su trabajo. De entre los fabricantes más importantes de la época cabe destacar a Grether, Pellaton, Guinand o Golay.
También en este aspecto Girard-Perregaux se desmarcó de las corrientes convencionales, y tras utilizar en sus creaciones jaulas de los tres primeros, Constant Girard fabricó su propia jaula dotándola con el escape más sofisticado y que incorporaba un largo gatillo con pivote. Todavía hoy en día ambos componentes pueden encontrarse en la versión del tourbillon de bolsillo.
La nueva era de la relojería.
Estamos en el año 1970 y Girard-Perregaux presenta en Baselworld en primer reloj de cuarzo fabricado en serie en Suiza: el Elcron (ver Historia de Girard-Perregaux III). A priori, los 32.768 Herzios a los que vibraba el cuarzo ridiculizaban al mejor de los calibres mecánicos que, en el mejor de los casos alcanzaban los 5 Herzios. Quizás el factor más determinante que cegó a muchas de las manufacturas fue la increíble facilidad con la que el cuarzo podía producirse, en contraposición con la complicación que suponía fabricar el tradicional órgano de regulación constituido por el conjunto volante-espiral y el escape. Esta facilidad en su producción venía complementada, además, por el hecho de que no eran necesarios conocimientos particulares en la mano de obra. En ese momento, poco podía imaginar la industria relojera suiza, que precisamente el cuarzo sería el origen de una de sus mayores crisis.
Rápidamente, los bancos de las escuelas de relojería van quedando vacíos al aumentar las cifras de producción de los relojes de cuarzo y disminuir de manera drástica las relativas a los relojes mecánicos. El número de efectivos de las empresas relojeras cae en picado suponiendo un anunciado final de la profesión, hasta tal punto que Berna (capital de la Confederación Helvética y sede del Gobierno) elimina la acreditación de Maestro Artesano dado que deja de ser necesario impartir formación alguna para cambiar una pila o un circuito.
Obviamente, los relojeros suizos tuvieron, en parte, razón al afirmar que el futuro del reloj de pulsera era el cuarzo. De hecho, hoy en día, el porcentaje de relojes de cuarzo fabricados es apabullante frente a los que albergan un corazón mecánico. No obstante, ¿fue acertada la decisión de volcarse en este nuevo material?.
A finales de la década de los setenta ciertas manufacturas reaccionaron a la corriente establecida y lanzan de nuevo excelentes piezas con calibres mecánicos. Girard-Perregaux, en esta época, se marcó como objetivo el demostrar que a pesar de la aparente decadencia de esta industria, todavía era posible crear guardatiempos que alcanzaran el mismo nivel que el conseguido en su época dorada. Desde un principio, tuvieron claro cuál era el medio adecuado para conseguir la meta deseada: volver a fabricar un tourbillon bajo tres puentes de oro.
El estudio, lanzado en 1979, tomó como modelo uno de los tres tourbillones que por aquel entonces había en el museo de la manufactura. Se desmontó el reloj de bolsillo y sus planos fueron rediseñados según los criterios de fabricación modernos de la época. A finales de 1980 comenzó a fabricarse una serie de 20 relojes exactamente según el original de 1889.
Un año más tarde, en 1981, ve la luz el primer reloj de la serie cuya fabricación supuso la inversión de más de 1.500 horas de trabajo. El éxito no se hace esperar y, a pesar de su elevado coste (más de medio millón de francos suizos), 16 de los 20 ejemplares encuentran comprador a los seis meses de su presentación.
La paciencia tuvo que ser la aliada de los futuros propietarios, puesto que el ritmo de producción de los talleres no permitía superar las dos piezas por año.
En lo que respecta a la caja, se emplearon de nuevo las antiguas técnicas de decoración y, como antaño, el cliente podía escoger entre un grabado a mano, un grabado con aguja, un esmaltado, e incluso un nielado (decoración realizada con plata y plomo fundido).
Sin lugar a dudas, el mayor problema al que tuvieron que enfrentarse los relojeros, no fue otro que el movimiento. Fue necesario volver a aprender a fabricar elementos que ya habían desaparecido, como el escape de gatillo, detenerse en detalles prácticamente olvidados, o reutilizar técnicas olvidadas desde hacía años.
Los tres puentes llevados al reloj de pulsera.
Quizás se trate de un tema que se debería haber comentado anteriormente, pero creo que
resulta obvio que dada la época de la que hemos estado hablando, la totalidad de las piezas que albergaban el tourbillon bajo tres puentes de oro vinieron marcadas por una época en la que no existían, o raramente lo hacían, los relojes de pulsera.
No obstante el éxito obtenido con la reedición del reloj, Girard-Perregaux no obvió el hecho de que se trataba de una réplica de una pieza antigua, magistral sí, pero a la vez que marginal y reservada al alcance de unos pocos coleccionistas privilegiados.
Los relojes mecánicos habían vuelto y se abría un nuevo camino por descubrir. Fue así como, en 1986, se encargó al departamento de investigación y desarrollo de la manufactura la creación de un modelo para ceñirse a la muñeca. 1991, año en el que debía celebrarse el bicentenario de la marca, fue el que se fijó como fecha límite para su presentación.
Se trataba de un desafío de considerables dimensiones. Desde el punto de vista técnico debía miniaturizarse el movimiento original del reloj de bolsillo para que pudiera ser albergado en un diámetro de 12 líneas o, lo que es lo mismo, de 26 milímetros.
Al mismo tiempo, debía invertirse la construcción para que los tres puentes fueran visibles en el dial. Por último, y no por ello menos importante, el tiempo necesario para su producción debía reducirse desde las 1.500 horas originales de trabajo hasta 150. El objetivo que se perseguía no era otro que el poder llevar al mercado el nuevo modelo, con un coste de unos 100.000 francos suizos.
A modo de resumen, la simplificación adoptada para minimizar este tiempo de fabricación, se basó en tres aspectos principales:
- los puentes conservan su forma de flecha característica, pero sus brazos son angulados y no redondeados. De manera adicional, se renuncia a los chatones atornillados para los rubíes.
- se modifica el diseño de la jaula eliminando las “orejas” de la versión original.
- el escape de gatillo se sustituye por un escape de áncora.
Llegado el año 1991, la Feria de Basilea que se celebraba en el mes de abril fue el escenario elegido para la presentación del primer ejemplar, el cual recibió el calificativo de proeza tanto por parte de la prensa como de los profesionales del sector.
En los años posteriores, el tourbillon bajo tres puentes en versión de pulsera, evolucionaría principalmente en lo que se refiere a su forma. La primera evolución desde el punto de vista técnico consistió en una nueva inversión en su construcción, es decir, llevar de nuevo los tres puentes al reverso del calibre para poder albergar el movimiento en un reloj dotado de dial.
¿Un tourbillon automático?
En 1998 llegaría otra importante evolución en la historia del tourbillon bajo tres puentes. Lo que surgió como una idea espontánea se convertiría en otro reto para Girard-Perregaux: un tourbillon de remonte automático.
A la vista de la estructura del movimiento manual es obvio el mayor desafío al que se enfrentarían los relojeros de la manufactura: debían lograr el calibre automático sin sacrificar la estética al incorporar la masa oscilante.
Inicialmente, en una construcción tradicional, el eje de la masa oscilante coincide con el eje central del movimiento. Si la solución adoptada era ésta, inevitablemente, se ocultarían los tres puentes. Quizás la respuesta era ubicarla en la cara contraria del calibre. De manera adicional a todas estas incógnitas al considerable grosor implícito a un movimiento de tourbillon habría que añadirle el correspondiente a la mas oscilante. Entonces, ¿por qué no utilizar una de más pequeña? una que no ocupe todo el diámetro disponible. De nuevo, la misma pregunta, ¿dónde se ubicaría?.
El camino a seguir era el último propuesto y se aprovechó el grosor de la platina principal del movimiento impuesto por la jaula del tourbillon. El órgano a redimensionar era el barrilete: se redijo su diámetro y se hacía girar el microrotor sobre el mismo eje, aprovechando el espacio libre disponible.
Para aprovechar al máximo la inercia, el microrotor es de poco diámetro, con un grosor considerable y está moldeado en platino, un metal cuyo peso específico es considerablemente elevado. Los trabajos de investigación e industrialización del nuevo componente se realizaron en menos de dos años.
A simple vista, el calibre de remonte automático no se distingue del manual, salvo por la palabra “automatic” grabada en la tapa del barrilete. Sólo al examinarlo de manera minuciosa se detecta el paso del rotor, por supuesto, patentado.
Posteriormente y hasta nuestros días otros modelos de tourbillon bajo tres puentes de oro han visto la luz y, muchos de ellos, gracias a la versión evolucionada que llevaba a los tres puentes al reverso del calibre, han implementado de manera adicional otras complicaciones.
Los que actualmente aparecen en el catálogo de Girard-Perregaux son los que podéis observar en las imágenes que complementan este archivo. Hablar con detalle de cada uno de ellos exigiría, como mínimo, tantos artículos como modelos existen. No obstante, estoy convencido de que las imágenes hablan por sí solas, más aun complementadas con la parte de la historia de este icono de la Alta Relojería que he tenido la ocasión de contaros.