GIRARD-PERREGAUX – Historia de la manufactura I.Los orígenes y el tourbillon bajo tres puentes de oro
Al contrario de lo que sucede con muchos otros artículos que escribimos en Watch-Test y que tienen como objetivo principal el haceros llegar nuestra opinión, en este caso y puesto que en mi opinión la historia debe ser contada, me dispongo a realizar una serie de artículos extracto del libro y de la documentación que, gentilmente, nos ha facilitado la manufactura.
El legado de Girard-Perregaux a lo largo de estos 220 años de historia es extenso y sería ingenuo por mi parte aspirar a reproducirlo de manera exhaustiva. Es por ello que me daré por satisfecho si con esta serie de artículos os puedo transmitir tan sólo un ápice de la extraordinaria dimensión que, a lo largo de los años, ha alcanzado esta manufactura asentada en La Chaux-de-Fonds.
Desde 1791 y durante estos 220 años, Girard-Perregaux ha registrado más de 80 patentes en el sector de la relojería y ha dado vida a creaciones legendarias. Actualmente, se encuentra entre las escasas manufacturas que reúnen bajo un mismo techo el conjunto de los oficios y el savoir-faire necesarios para la fabricación de piezas de Alta Relojería.
El marco.
Todo inicio tiene su causa y el mundo de la relojería nunca ha sido ajeno a este principio. Corren los últimos años del siglo XVIII cuando Inglaterra ostenta la supremacía en la fabricación de relojes produciendo cerca de 200.000 unidades anuales. Seguros, precisos y de perfecta ejecución por centenares de artesanos. Pero lo marcos sociales influyen en todas las actividades y el ambiente puritano reinante en la vieja Albión resulta ser la causa de su principal defecto: la falta de encanto y la austeridad que aburren sobremanera a la alta sociedad francesa, galante y libertina, y que adquiere sus guardatiempos preferiblemente en París.
En la capital francesa los compradores pueden adquirir desde extraordinarias piezas fabricadas por ilustres relojeros como Berthoud, Lépine y Breguet hasta otras que resultan verdaderas obras de arte: relojes ornamentados, esmaltados y grabados con los que poder alardear al sacarlos de los bolsillos en los salones parisinos.
En realidad, pocos de estos compradores saben que la mayoría de estas piezas se fabrican en Ginebra, el segundo gran centro relojero del momento. La capital suiza se había convertido en centro relojero desde la gran emigración de artesanos protestantes que huían de Francia. Contrariamente a los puritanos ingleses, los calvinistas ginebrinos tienen como principal objetivo la conquista de los mercados adaptándose a la demanda ,sea la que sea, evitando de este modo los imprevistos de la competencia.
Ciertamente se trató por aquél entonces de una gran estrategia de mercado en el sector, puesto que mientras Londres fabrica relojes sobrios y seguros, y la región del Jura, tercer gran centro relojero, se dedica sobretodo a la producción de relojes baratos, Ginebra se especializa en guardatiempos refinados y caros de los que exporta anualmente decenas de miles de unidades.
Jean-François Bautte: el origen de Girard-Perregaux.
Al igual que sucede con algunas de las más relevantes manufacturas, los orígenes de Girard-Perregaux están vinculados a dos personajes emblemáticos de la relojería suiza.
En esta Ginebra dinámica, que por aquél entonces empleaba en el sector de la Alta Relojería a unas 10.000 personas, nació el primero de ellos en 1772: Jean-François Bautte. A él se remonta el origen más lejano de la manufactura de Girard-Perregaux.
Bautte fue uno de los mejores y más famosos relojeros de su época y en el se aunaban todas las cualidades propias de la relojería ginebrina: fabricante de relojes, de relojes-joya, de relojes musicales y de relojes con autómatas. Su aportación contribuyó de manera destacada a consolidar la reputación relojera de Ginebra en el mundo exportando sus creaciones a Italia, Alemania, e incluso hasta Egipto, Turquía y China. Obviamente, entre todos estos destinos, no debemos olvidar París. Jean-François Bautte se convirtió en un maestro relojero requerido por insignes personajes parisinos del sector como Breguet, el cual llegó a firmar algunas de sus creaciones.
Huérfano desde muy corta edad inició su aprendizaje a los 12 años formándose en todos y cada uno de los distintos sectores de la relojería, desde la fabricación de movimientos hasta la decoración de cajas y el trabajo de piedras y metales preciosos. Es en 1791 y a la pronta edad de 19 años, cuando su por entonces patrón Jacques Dauphin Moulinier permite que el joven Bautte firme sus primeros relojes. Estos relojes constituyen las primeras piezas de un linaje, el que actualmente conocemos como Girard-Perregaux.
Tan sólo dos años más tarde, en 1793, patrón y empleado se asocian para crear la firma
Moulinier Bautte & Cie, dedicada a la fabricación de cajas de relojes. En 1804 la empresa se convierte en una fabrica de relojería de pleno derecho. Este hecho marca un verdadero hito en la relojería ginebrina cuyo éxito se había basado en pequeñas estructuras muy especializadas: por primera vez una manufactura reúne bajo su techo a todos los artesanos indispensables para la creación de un reloj.
Convertida la firma en una de las más importantes relojerías ginebrinas y empleando a más de trescientas personas, Jean-François Bautte destaca por sus “relojes de forma”, guardatiempos de fantasía decorados con piedras preciosas y perlas y adoptando formas de instrumentos musicales, mariposas o flores. No obstante, esta fantasía disparatada demandada por muchos de los clientes de Bautte no consigue nublar su verdadera pasión. Su sentido práctico le lleva a centrar sus estudios en la miniaturización de los relojes, hecho que provocará que imprima una huella imborrable en la historia de la relojería: la fabricación de relojes extraplanos. Junto con el relojero francés Jean-Antoine Lépine, Bautte es uno de los primeros relojeros en fabricarlos desde finales del siglo XVIII, por encargo de la elegante sociedad parisina que no quiere ver cómo sus relojes les deforman los bolsillos de sus chalecos.
Durante el siglo XIX el entusiasmo por los relojes extraplanos creció de manera exponencial. Dejando a un lado los motivos obvios de este interés, hubo uno anecdóticamente singular: el reducido volumen de estas piezas facilitaba su contrabando.
Muchos relojeros suizos inician una carrera en la reducción de los espesores de sus relojes que, en algunos casos, llegan a medir tan sólo dos o tres milímetros. El pragmatismo de Bautte le lleva a combinar la elegancia de los relojes extraplanos finamente decorados con la solidez que confiere a los relojes “savonnette” la presencia de fondos por ambos lados.
Cuando Jean-François Bautte fallece, en 1837, deja a su hijo Jacques una empresa floreciente y famosa, además de un patrimonio industrial y cultural de gran calidad. Éste se asocia con su cuñado, Jean-Samuel Rossel, para que le suceda. A partir de este momento la empresa pasa a denominarse Jean-François Bautte & Cie.
Jacques Bautte abandona las riendas de la empresa en 1855 dejando el mando a Rossel y
al hijo de éste, también llamado Jacques, y que se convertiría en el único dueño y señor desde 1883 y hasta su muerte en 1897 de una firma que pasó a conocerse por J. Rossel & Fils, “Antigua Casa Bautte”.
La obra de los Rossel se caracteriza por la búsqueda de una mayor precisión en sus relojes y por la fabricación de cronómetros que les condujeron a obtener numerosos premios, entre los que destaca una medalla de oro en la Exposición Universal de París en 1855.
A la muerte de Jacques Rossel la empresa es adquirida por el relojero Felipe Hecht, al que sucede su hijo Juan. Se trata de un breve paréntesis en la historia de la manufactura puesto que, en 1906, Juan Hecht cede a su pariente y amigo Constant Girard-Gallet, relojero de La Chaux-de-Fonds e hijo de Constant Girard el que sería el comprador de la firma Bautte, el negocio fundado por Jean-François Bautte.
Constant Girard: el visionario.
La segunda figura emblemática que marcó el inicio de la historia de la manufactura fue Constant Girard-Perregaux. Nacido en 1825 en las Montañas de Neuchâtel, en el seno de una família burguesa, próspera y especializada durante tres generaciones en la ornamentación de péndulos: la família Othenin-Girard.
Sus padres observan sus cualidades innatas para la relojería y, según afirman ciertas fuentes, le colocan como aprendiz con un relojero de La Sagne. En 1845 se asocia con el relojero C. Robert, con quien parece que trabajó durante cinco años, hasta 1850.
Pasión relojera a parte, Constant Girard fue una persona muy activa en la sociedad de la época. Comprometido social y políticamente, sus actividades fueron tan variopintas que le llevaron desde a fundar una sociedad de gimnasia en 1845, hasta formar parte del partido liberal contrario a la monarquía prusiana. Durante toda su vida mantendrá esta actitud participando, desde 1872 hasta 1875, en la gestión de su ciudad y siendo miembro de numerosas organizaciones económicas y sociales.
Volviendo al tema que nos ocupa, en 1852, dos años después de terminar su asociación con Robert, crea con su hermano Numa la firma Girard & Cie, fabricantes de relojería en La Chaux-de-Fonds. Dos años más tarde, en 1854, Constant contrae matrimonio con Marie Perregaux, hija y hermana de reputados fabricantes de cronómetros. Ambos patrimonios se unen y la firma adquiere desde entonces su nombre definitivo: Girard-Perregaux.
El tourbillon bajo tres puentes de oro.
Para Constant Girard, el medio siglo que siguió a la unión de las dos familias resultó una búsqueda constante de la precisión. Su obra maestra al respecto sigue siendo un movimiento dotado de una arquitectura excepcional y que en 1867 obtuvo su primera medalla de oro en la Exposición Universal de París, marcando la historia de la relojería: el calibre conocido como “tourbillon bajo tres puentes de oro”.
El tourbillon había sido inventado en 1798 por Abraham Louis Breguet, quién intentando mejorar la regularidad del funcionamiento de los relojes, tuvo la idea de atenuar las perturbaciones generadas por la gravedad, según las diferentes posiciones verticales del reloj, ubicando el órgano regulador (volante, espiral y escape) en una especie de caja o jaula que giraba sobre sí misma en una revolución completa por minuto. De este modo se conseguía de alguna manera combinar las distintas posiciones verticales posibles y, consecuentemente, compensar los errores. La media obtenida en el funcionamiento de este mecanismo resultaba ser de una gran precisión.
Después de Breguet, Constant Girard fue el primer relojero en aplicar este tipo de construcción a sus relojes. No obstante y dado el inconformismo congénito de Girard, éste alteró su arquitectura original hasta elevarla a un mayor grado de perfección.
El primer principio de Constant Girard se basa en construirlo todo él mismo, con sus propias manos. Probablemente, el elemento más complejo en la construcción de un tourbillon es su caja, cuya forma y estilo constituyen hoy en día la firma de la manufactura. Así pues, Girard fabrica su propia caja y la equipa con el escape más sofisticado que pueda existir por aquel entonces, un escape de larga descompresión pivotada. Pero este despliegue de perfección no fue suficiente para colmar sus expectativas.
Su pasión le llevará a alcanzar otra dimensión al incorporar un nuevo componente estético convirtiendo su obra en un fenómeno único en la historia de la relojería. Constant Girard decide integrar su mecanismo de tourbillon en una arquitectura atípica y de gran belleza. Los tres puentes que, desde los trabajos de Lépine, sujetan las piezas indispensables para el movimiento (el puente del barrilete, el puente del tren de engranajes y el puente del órgano regulador), son rediseñados en forma de doble flecha y dispuestos en paralelo, alineando de este modo el barrilete, el tren de engranajes y el tourbillon sobre un mismo eje. El rubí de cada uno de los puentes, fabricados en oro, se ubica en el centro de los mismos. La complejidad de esta arquitectura y disposición supone un trabajo para el relojero de entre seis y ocho meses.
Nadie consiguió averiguar con certeza los motivos que llevaron a Girard a esta empresa, que ocupó la mayor parte de su tiempo durante años. Se ha especulado con el deseo de imprimir a su obra un significado simbólico, quizás espiritual, rindiendo tributo al número 3, cuyos múltiplos (12, 24, 60, 3.600,…) son la base de la medida del tiempo desde hace milenios y, adicionalmente, puede representar la trinidad del tiempo que pasa: pasado, presente y futuro. Tan sólo 20 unidades de esta pieza fueron construidas en toda su carrera, datando el último ejemplar de la primera generación del año 1911.
Desde el 25 de marzo de 1884, el tourbillon de tres puentes paralelos está protegido por
una patente que se depositó en la Oficina de Patentes de Estados Unidos. Con él, Constant Girard consiguió su segunda medalla de oro en la Exposición Universal de París de 1889 y, posteriormente, una clasificación fuera de concurso y un escaño permanente como miembro del jurado en estas exposiciones desde 1901.
Aparecido en los años 1860, el tourbillon bajo tres puentes de oro es el movimiento de relojería más antiguo que sigue fabricándose en el mundo y el prestigioso emblema de la firma.