Longines Equestrian Lépine, la excusa perfecta para hablar de la historia – 1º parte
Como bien habéis podido comprobar a través de los diferentes artículos publicados en los últimos meses, multitud de firmas han lanzado sus ediciones limitadas dedicadas al Año Nuevo Chino, el año del Caballo según el zodíaco del gigante asiático. Todas ellas incorporan en su diseño la figura de una caballo, ya sea visible en la esfera o más discretamente en el fondo. Ligado a este noble animal, si una firma pudiera ser elegida como protagonista del Año del Caballo, ésta sería Longines. No, no es una afirmación gratuita, sino formulada en base a la relación histórica que la marca ha mantenido con el mundo equino desde finales del siglo XIX.
Como muy bien saben nuestros lectores habituales, en Watch-test gustamos de situar históricamente los relojes, dotándolos así de un contexto que nos permita comprender mejor el porqué de su origen, diseño o estética, intentando aportar un poco de luz a la historia de la relojería. En una serie de dos artículo, aprovecharemos para profundizar en uno de los periodos más trascendentales de la historia de Longines y de la relojería suiza en general: la evolución desde los comptoirs del sistema établissage hacia la modernización y mecanización industrial. Para ello, debemos retroceder hasta mediados del siglo XIX y situarnos en territorio estadounidense.
El desembarco de Longines en el mercado americano a mediados de los años 1840-50 ha jugado un papel determinante en la historia de la empresa; pensad que durante mucho tiempo, los Estados Unidos fueron el principal foco comercial de la marca. El contexto económico recesivo de los años 1860, marcado por la Guerra de Secesión americana y la Guerra Austro-Prusiana europea, fue uno de los argumentos que empujaron a Ernest Francillon a abandonar el «établissage», el modelo organizativo imperante en la industria relojera del Jura en la que el fabricante de relojes distribuye el trabajo a realizar entre los artesanos independientes asociados, para posteriormente proceder al ensamblado final y comercializar el reloj terminado. Cuando Francillon se hizo cargo en 1862 del antiguo comptoir Agassiz, era plenamente consciente de las deficiencias inherentes al sistema, y buscó una solución para reducirlas. Sus conclusiones le llevaron a intentar formular un nuevo método de producción, que se basa en dos ejes principales: la concentración geográfica de la mano de obra, y el uso de métodos de producción mecánicos. Además, tenía en su mente la idea de liberarse de su dependencia respecto los fabricantes de ebauches, que mantenían una posición monopolista de precios altos, para poder aumentar su competitividad.
En 1866 compra un antiguo molino en un lugar llamado «Les Longines», a orillas del río Suze en el valle de Saint-Imier. Un año después, inaugura las nuevas instalaciones que reúnen bajo un mismo techo algunos de los artesanos que estaban afiliados con su «comptoir». Este paso hacia una fabricación industrializada fue un proceso lento y progresivo, debido a varios aspectos, tanto en lo referente a la mecanización, organización y concentración del trabajo bajo un mismo techo, como por la dificultad tecnológica del diseño técnico y producción de ebauches y movimientos propios partiendo de cero. Para ello contrata a un joven ingeniero de la familia, Jacques David, al que encarga la puesta en marcha de la nueva fábrica bajo las premisas anteriormente citadas. Este mismo año ya fueron capaces de lanzar el primer reloj fabricado en Les Longines bajo el nuevo método de producción mecanizada, el calibre 20A, un movimiento de 20 líneas dotado de un escape de áncora, de un dispositivo de remontuar y de puesta en hora mediante pulsador. Fue presentado por primera vez en la Exposición Universal de París de 1867, siendo galardonado con la medalla de bronce.
Paralelamente a la creación de sus propios calibres, Francillon continúa con la producción de los antiguos modelos basados en ebauches ajenos, tanto para satisfacer los pedidos de sus viejos clientes, como para dar tiempo al desarrollo industrial necesario. Probablemente no fue hasta el año 1869 cuando se instaló el primer atelier d’ebauches dedicado al mecanizado de platinas, la primera etapa hacia la nueva fabricación. La concentración de los obreros independientes que ya trabajaban desde sus casas para Francillon, hizo que el número de empleados subiera de 40 a 120 en sólo ocho años (1867-1875). Imponer un rígido control de trabajo industrial a los ateliers acostumbrados a un sistema de trabajo más autónomo, resultó ser una ardua tarea que le comportó no pocos dolores de cabeza.
Aunque son escasos los datos sobre el volumen de producción antes de 1895, se estima que Francillon, con 15.000 relojes anuales, es una de la grandes empresas relojeras suizas, aunque si lo comparamos con las 75.000 unidades fabricadas por la estadounidense American Watch Co., vemos que la diferencia de escala entre ambas empresas las hace incomparables. Durante estos inicios, las políticas comerciales siguen siendo las mismas, resaltando la fuerte dependencia respecto los Estados Unidos: en 1873-1874, las exportaciones a territorio americano suponían más del 80% de su volumen de ventas.
Hasta ese momento, la presencia del nombre de Francillon en los relojes era testimonial, ya que eran los comerciante finales los que bautizaban y firmaban los guardatiempos, que se abastecían de relojes y movimientos ajenos siguiendo con el sistema de subcontratación imperante en el sector. El nombre de estos clientes y sus redes de distribución era lo que permitía la entrada de producto en mercados en los que no estaba implantada la marca. Esta posición de debilidad explica, sin duda, parte de las dificultades de la empresa frente a la caída de las exportaciones hacia los Estados Unidos en la década de 1870, una crisis causada por el fuerte desarrollo de la industria relojera autóctona como las anteriormente citada American Watch Co., pasando de las 15.732 unidades exportadas en 1874 a menos de 3.000 en sólo tres años.
En 1874, Francillon también tomó medidas de protección contra las falsificaciones que trataban de aprovechar el nombre de Longines. Publicó un aviso que estipulaba que todos los relojes y movimientos producidos en su fábrica a partir de 1867 iban a llevar el nombre de Longines o el reloj de arena alado, el símbolo de la marca. En 1880 la marca fue presentada ante la Oficina Federal de la Propiedad Intelectual, mientras que el símbolo se registró en 1889. En 1893 se brindó protección en todo el mundo. Longines es, pues, el nombre de marca más antigua registrado en la OMPI.
1876 resulta ser un año decisivo para el futuro tanto de Longines como de la industria relojera suiza en general. Las fábricas relojeras americanas, que producen y venden en masa sus productos a unos precios realmente bajos, resultan ser un nuevo tipo de competidor para los relojeros suizos. La Exposición Universal de Filadelfia de 1876 es la ocasión perfecta para los Estados Unidos de mostrar su superioridad tecnológica e industrial: los fabricantes suizos conocen de primera mano una de las razones de la caída de sus exportaciones a partir de 1872.
Conscientes de la necesidad de industrializar su producción para aumentar su competitividad, la Société Intercantonale des industries du Jura envía dos representantes a Filadelfia para que elaboren un informe detallado sobre todo lo que concierne a las fábricas relojeras americanas. Uno de ellos es Jacques David, el ahora director técnico de Longines. Las conclusiones a las que llegan no abogan por una «americanización» total, sino por un modelo intermedio que combine las ventajas de la mano de obra suiza con las que ofrece la mecanización, buscando un objetivo que no es la estandarización de los productos, sino la sistematización de la producción, o sea, mecanizar la producción a la vez que adoptar un nuevo sistema organizativo de trabajo. Una de las principales recomendaciones fue separar la producción de movimientos de las fases de montaje y venta, de manera que la repercuta en una bajada de precio considerable en el suministro de calibres a las fábricas de ensamblaje y acabado. El impacto global de este informe es tan grande que actualmente se considera como el principal detonante de los procesos de industrialización de la relojería helvética. Respecto a Longines, gracias a la intuición de Francillon y a los esfuerzos de David, se revela como una de las pioneras en la mecanización de la producción, un proceso progresivo que tiene lugar en la década 1880-1890. Siguiendo las sugerencias del rapport, centró sus esfuerzos en la concentración y producción de movimientos, dejando que socios como Louis Courvoisier o Constant Girard-Perregaux fuesen los encargados de los acabados, montaje y comercialización. El aprovechamiento de las redes de distribución de clientes como Julien Gallet, Felipe Hecht o Patek Philippe, junto al remonte del comercio con los EEUU, consiguen sacar a Francillon, ahora Longines, de la crisis financiera.