Durante siglos, las grandes firmas habían competido por crear nuevas complicaciones, o por implementar varias de ellas en un reloj de pulsera. La precisión también había sido un importante caballo de batalla y de marketing, enfrentándose en los diversos concursos de cronometría con el fin de acumular galardones y atraer con ellos a nuevos clientes. No podemos olvidar tampoco el constante perfeccionamiento de los acabados de cada una de las piezas del reloj, uno de los aspectos que diferencian a los grandes de los no tan grandes.
Pero lo que ocurrió en 1972, de la mano del diseñador Gerald Genta, no tuvo nada que ver con esto. No fue una innovación técnica ni una mejora en procesos o calidades. Fue un cambio radical de concepto en lo que que sería a partir de entonces el reloj de pulsera: El reloj de lujo diseñado para ser utilizado en casi cualquier ocasión sin riesgo de ser dañado. Este camino ya iniciado años antes por Rolex con su Submariner, pero Patek Philippe, Audemars Piguet y Vacheron Constantin, el triunvirato que había reinado durante siglos la Alta Relojería, se mantenía inamovible, centrado en perfeccionar sus relojes de oro con pulsera de piel.
Cuando en 1972 Audemars Piguet recurrió a Gerald Genta para diseñar el primer Royal Oak, ni la misma empresa era consciente del fenómeno que acababa de iniciar. Supongo que la clave del éxito se debió a una mezcla de intuición y de observación del entorno. La Alta Sociedad, los clientes naturales de estas marcas, estaba cambiando su modo de vida de forma radical. Ya se estaba convirtiendo en habitual, incluso en moda, que los personajes de alcurnia practicaran regularmente el deporte y las actividades de aventura, unas actividades nada recomendables para los delicados relojes de oro y sus correas de aligator. Casi se puede afirmar que el primer Royal Oak “Jumbo” fue un reloj experimental, lanzado inicialmente en una serie muy corta para prevenir un posible rechazo de los clientes habituales de la marca. inesperadamente se produjo el fenómeno contrario y no solo estos clientes “de toda la vida”, sino un gran número de nuevos compradores convirtieron al Royal Oak en objeto de deseo y de prestigio.
¿En que consistía este cambio tan radical de concepto?. Se podría resumir en tres términos: acero, pulsera integrada y hermeticidad. Hasta la fecha, salvo alguna rara y corta edición especial, ninguna de las grandes marcas había utilizado en sus relojes metales que no fueran nobles, y el acero quedaba relegado para firmas de producción menos artesanal y exquisita. El problema es que estos metales nobles se caracterizan por su escasa dureza, indefensos ante los impactos y roces inevitables en la práctica de ciertas actividades. La pulsera de piel, a pesar de su gran elegancia, se deteriora y llega a partirse, originando con ello la caída y daño del reloj, o aun peor, su pérdida. En cuanto a la hermeticidad, la mayoría de relojes de lujo eran simplemente “resistentes a la humedad” o como mucho alcanzaban los 3 bares.
El nuevo Royal Oak estaba realizado íntegramente en acero. Su pulsera, también en acero, ya no era un accesorio de la caja, sino que estaba diseñada para ser totalmente integrada en ella. Finalmente, su hermeticidad alcanzaba uno eficientes 5 bares.
Patek Philippe, el rey entre reyes, no podía quedarse mucho tiempo cruzado de brazos. No solo era una cuestión de negocio, sino que su prestigio podía verse afectado. Incluso su inmaculada imagen, clásica pero innovadora, podía quedar relegada al peligroso concepto de “demodé”. Pero la decisión no era fácil. Patek Philippe no podía limitarse a copiar el Royal Oak, aunque tampoco podía alejarse mucho de un concepto y diseño que había triunfado de forma tan espectacular. La respuesta fue la más pragmática posible.
Patek Philippe recurrió a Gerald Genta, el mismo diseñador que había creado el Royal Oak. Creó un reloj que también era de acero, también constaba de una pulsera metálica integrada y también alcanzaba unos niveles de hermeticidad superiores a lo habitual en relojes de lujo. Incluso la forma de su bisel también huía de la típica forma redonda para seguir la geometría octogonal del Royal Oak. La diferencia, es que Patek Philippe llevo estos cuatro conceptos a niveles mucho más extremos y complejos. Así nació el legendario Nautilus, cuya primera referencia fue 3700/1A.
La caja del primer Nautilus medía 42 mm de diámetro por 7,60 mm de grosor. Solo con estas dos cifras ya se había alcanzado el primer objetivo. Un reloj más grande de lo habitual, pero que mantenía el escaso grosor de sus hermanos clásicos de oro.
La consecuencia de ello a nivel práctico y estético, es un reloj con bisel más grueso, que mantiene la legibilidad y que gracias a su finura no pierde la elegancia inherente a cualquier Patek Philippe. Pero estos logros no se alejaban de los conseguidos por Audemars Piguet con su Royal Oak. Había que hacer algo más y aquí es donde Patek Philippe puso toda la carne en el asador.
Las orejas del Nautilus
El Royal Oak recurrió al clásico diseño de caja en tres partes: bisel, carrura y fondo. La innovación técnica consistió en la forma de unir estas tres piezas. En lugar de sellarlas a presión o a rosca, los dos métodos conocidos hasta la época, Audemars Piguet utilizó unos largos tornillos que desde el bisel hasta el fondo atravesaban las tres piezas y las unían fuertemente. La innovación estética consistió en su bisel de forma octogonal y especialmente en las cabezas visibles de los tornillos que de el partían. Dos elementos que ya forman parte de su identidad.
La caja del Nautilus no fue una evolución sino una auténtica revolución de diseño e ingeniería. Partiendo de la finalidad básica de obtener una gran hermeticidad con poco grosor, Patek Philippe realizó un ejercicio de lógica de lo más simple y eficaz. La lógica dice que cuantos más elementos hay que unir, más puntos débiles hay que inmunizar del agua. Por tanto, la solución no puede ser más obvia y revolucionaria: crear una caja formada por tan solo dos elementos. Así la caja del primer Nautilus 3700/1A, carecía de fondo separado y por tanto solo constaba de una carrura de una sola pieza con el fondo integrado y del bisel. Esta solución planteaba un segundo problema, que era el ensamblaje del mecanismo dentro de la caja de la forma más eficiente posible. Esta operación que siempre se realizaba extrayendo el fondo del reloj ya no era posible, pues este elemento no existía.
Aquí es donde Patek Philippe y Gerald Genta encuentran una solución única y exclusiva, incluso hoy en día: un bisel que está unido a la caja mediante bisagras, permitiendo su liberación y fijación de forma ultra-rápida y eficiente. Ello también implica un cambio radical en el diseño, ya que forzosamente estas bisagras requieren de unos salientes que las alberguen, dando origen a las famosas “orejas” que se han convertido en el símbolo icónico del diseño del Nautilus. Nunca antes un nuevo concepto había conseguido tal éxito y notoriedad, tanto a nivel técnico como a la vez estético. Este particular diseño también origina cierta confusión entre las personas no muy introducidas en las particularidades del Nautilus, ya que sus dimensiones son “relativas”. Cuando decimos que su diámetro es de 42 mm, nos estamos refiriendo a una medición entre las 3 y las 9, que incluye las mencionadas orejas. Por contra, si medimos la caja del Nautilus entre las 12 y las 6, sus diámetro es de tan solo 38 mm. Este es un hecho muy a tener en cuenta para quienes puedan pensar que los “falsos” 42 mm son excesivos para un reloj que quiera mantener su elegancia.
Ya se había conseguido el primer objetivo, una caja que a pesar de utilizar el mismo material que el Royal Oak, comportaba un diseño mucho más avanzado. El Patek Philippe Nautilus también conseguía el objetivo inicial de este cambio de concepto tan radical: una hermeticidad de nada menos que 12 bares, casi tres veces superior a la del Royal Oak.
Pero aun faltaba el bisel, un elemento que desde el punto de vista estético es el más notorio y relevante de un reloj de este tipo. Si no nos fijamos demasiado, puede darnos la impresión de que el bisel octogonal es una copia del Royal Oak, algo por otra parte lógico teniendo en cuenta que ambos relojes los diseñó el mismo genio. Pero si nos adentramos en su geometría, veremos que el Nautilus lleva el diseño octogonal hasta el extremo. Mientras el bisel del Royal Oak es octogonal en su parte externa y circular en la interna, el del Nautilus es octogonal en ambas. Ello requiere que tanto el mecanizado del bisel como del cristal y de la junta hermética sean perfectos, ya que de lo contrario la hermeticidad tan duramente conseguida se iría al traste. Esta complejidad es probablemente una de las causas de la reducida producción del Nautilus.